De nada sirve el todo sin esa mano a quien darle...
Esa caricia, dadora de ternura, de pasión, de impaciencia por conocer más su cuerpo; ese beso robado a oscuras, que marcára más tus labios con el triunfo de por fin probarlos... sentir que quiere besarte más, que no se quita, que te más de lo que hubieras esperado.
El libro sobre la mesa, ese lleno de maravillosas frases y poemas que darías vida con tu voz al leerlo en alto, para narrarle sus letras, discutir si pudo haberlo escrito mejor, si caló hondo tus huesos al leerlo, al sentirlo.
Ese boleto del cine, de premier hasta arriba, de furtivos manoseos, de risas, de lágrimas, de quedarse callados hasta que los créditos se acaban.
Ese platillo delicioso, preparado con mucha salsa, con carne roja y pasta, con parmesano y una copa de vino tinto.
Ese café expresso en las tardes de lluvia, mirando las gotas seduciendo al cristal, juntos, abrazados en el sofá, con la musica de fondo y las miradas de cada uno.
La noche gélida, cubierta de estrellas, cobijando el jardín, y en la cama con sus pies helados tocando tus piernas, abrazados, con la manta gruesa, cubriendo el desnudo cuerpo que te diera minutos antes el calor.
El despertar con sus risas, con cosquillas, con un café nuevo y sus besos de siempre.
De nada sirve el todo sin esa mano a quien darle; no tener nada sin esa mano que te diera todo.